Naturaleza a pleno
Isla del Cerrito, en la unión de los ríos Paraná y Paraguay, atrae con sus antiguas edificaciones, sus montes y su abundante pesca.
Ezequiel Sánchez. RESISTENCIA ENVIADO ESPECIAL
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Para llegar a la Isla del Cerrito desde Resistencia (la capital de Chaco, de calles amplias y modernas, de esculturas por doquier), hay que tomar la ruta 63 hacia la izquierda. Donde se acaba el asfalto, el camino se vuelve ripio mejorado y el paisaje se torna monte de un verde intenso. La vegetación húmeda y espumosa brota por todos los rincones en este sitio que fue escenario de la Guerra del Paraguay y, desde 1928 hasta 1968, leprosario para más de 200 pacientes.
Construido sobre un pequeño cerro, a 18 metros sobre el nivel del río (de ahí el nombre de la isla), en la zona norte, el complejo de treinta casas que años atrás funcionaba como colonia para dermatosos está siendo reciclado totalmente; de elegante estilo colonial tropical, muchos de los que supieron ser pabellones para enfermos son ahora elegantes casas y albergues turísticos.
Pegadas a la punta norte, las enormes construcciones del antiguo leprosario tienen un aire europeo: rectangulares, de techos a dos aguas con tejas marsellesas, de amplias galerías y grandes ventanas con marcos de madera. Junto al río, la capilla, de estilo neocolonial; su cúpula adornada con pequeños azulejos blancos y morados choca contra las lejanas orillas de Paso de la Patria, en Corrientes, famoso por su movida actividad nocturna. Cerca del templo, como detenida en el tiempo, está la vieja locomotora del ferrocarril de trocha angosta que supo abastecer a toda la isla y que, según un proyecto, será usada para motorizar un paseo turístico.
Es recomendable visitar el museo de la isla, que exhibe sobre todo objetos bélicos de la Guerra de la Triple Alianza. El crepúsculo desde el mirador pegado a la capilla es un espectáculo aparte: muestra cómo el sol tiñe todo el paisaje de un tono anaranjado, entre los ríos Paraná y Paraguay. En torno, se ven naranjos, guayabas y plantas de mango.
Si se prefiere un poco de aventura, se puede visitar la reserva natural ubicada en las zonas sur y oeste. Se trata de una planicie baja con cañadas y esteros y cubierta por frondosos montes, donde es frecuente toparse con enormes ejemplares de laurel, timbó, aliso, sauce, lapacho, ingá, ceibo, guayaibí, palo lanza y, más que nada, palmeras. Los visitantes no tardan en encontrarse con el rey del lugar: el mono carayá (también llamado aullador). Otras vecinas —acaso menos amigables— son las víboras constrictoras. En los humedales, zonas de lagunas, bañados y camalotales, hay carpinchos, zorros aguará, yacarés, garzas y biguáes.
Además de la abundante pesca —embarcada o en la misma orilla— de dorados amarillos, moncholos, surubíes o bogas se puede salir a explorar en lancha las exóticas islas Brasilera, La Guáscara, Carpinchito y Mvorebí, que rodean a Isla del Cerrito.
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Fuente Diario Clarin