Todo un mundo entre las sierras
Lagos, ríos y arroyos dibujan el paisaje del Valle de Calamuchita. Sus aldeas y tradiciones con sello centroeuropeo.
Diana Pazos. ESPECIAL PARA CLARIN
Habrá que madrugar, un hábito sufrido en la cotidianidad e incompatible, en primera instancia, con la esencia de un viaje de placer entre los cerros cordobeses. Al menos, la consigna de "madrugar para disfrutar" se revela como una contradicción para ciertos espíritus inquietos que recorrieron la madrugada pasada: primero, imaginaron figuras en las llamas de una fogata; después, se comprendió el terror de los personajes de "El Proyecto Blair Witch", perdidos en el bosque, ante el recuerdo inoportuno del filme. Y más tarde, se compartió el silencio con los pescadores de pejerrey en el lago del Dique Los Molinos, con las luces temblorosas colgadas sobre la oscuridad de sus balsas. Sin embargo, son las 8.30 en La Cumbrecita. El alba rosado de invierno fue largamente contemplado en esta aldea del Valle de Calamuchita, y el desayuno con tartas de zarzamoras llega a su fin. El esfuerzo por comenzar el día desde el principio ha sido compensado.
En el centro de la provincia de Córdoba y a 750 km de Buenos Aires, el Valle de Calamuchita es el área con mayor cantidad de lagos (tiene siete), ríos y arroyos. Junto con la festiva Villa General Belgrano y la tradicional Santa Rosa de Calamuchita, La Cumbrecita y o-tras localidades (Villa Berna, Los Reartes, Yacanto de Calamuchita y Villa Alpina) son enmarcadas por las Sierras Grandes al oeste las Sierras Chicas al este; el Dique Los Molinos al norte; y el Embalse de Río Tercero, al sur. No resulta azaroso que un 70 por ciento del alojamiento en el valle esté constituido por cabañas. Aquí predominan las construcciones de madera y los jardines floridos.
El pueblo peatonal
Las calles sin autos de La Cumbrecita son lo opuesto a la esquina porteña de Corrientes y Callao a las siete de la tarde. Pero también, a la calle Florida a las doce del mediodía, aunque sea peatonal. Entre estos bosques de coníferas ubicados a 1.450 metros de altura, nadie corre para almorzar una ensalada ni le patea las monedas a ninguna estatua viviente. Siendo el único pueblo peatonal de la Argentina (la restricción vehicular rige desde 1996), la primera urgencia consiste en subir hasta La Cascada y terminar aquel libro tantas veces interrumpido junto a La Olla, un balneario natural con una laguna fría, cristalina y profunda. Aguas arriba se llega a playas de arena.
El próximo objetivo -en estos días bien abrigados, claro-, será alcanzar El Indio, punto de observación panorámico que surge tras 45 minutos de caminata. Y aún falta para la cima a 1.715 m del Cerro Wank, otro gran mirador.
En alguna curva aparece la diminuta capilla, abierta a todas las re-ligiones, y en la principal bifurcación del camino interno sorprende la Plaza de Ajedrez con su piso -un tablero- de piezas gigantes que invita a una partida.
Fiesta en Villa Gral. Belgrano
Siempre celebra Villa General Belgrano: tiene la Fiesta de la Masa Vienesa en Semana Santa, de la Cerveza en octubre y la Navideña. A 40 km de La Cumbrecita, "la Villa" presenta en invierno la Fiesta del Chocolate Alpino, todos los fines de semana de julio. En su XXIII edición, se mitiga el frío de las tardes con tortas caseras y fondue de chocolate. Stands, obras infantiles y danzas tradicionales completan la propuesta.
Villa General Belgrano comenzó a forjar su estilo alpino hacia 1930, con la llegada de grupos de alemanes que siguieron los pasos de Paul Friedrich Heïntze. Asociado con Jorge Kappuhn, compraron tierras ocupadas por familias criollas, con la idea de formar cooperativas agrícolas y forestar. El pueblo fue fundado el 11 de octubre de 1932. El Sauce y Villa Calamuchita fueron los nombres que tuvo la aldea antes del definitivo Villa General Belgrano, en 1941.
El arribo de otros grupos centroeuropeos (suizos, austríacos y húngaros) contribuyó a reafirmar la fisonomía del lugar. La buena cocina y la atención de los propietarios atrajeron a nuevos inmigrantes y a los primeros turistas.
En la década del 40, el pueblo re-cibió un nuevo impulso con la llegada de ex tripulantes del acorazado alemán Graf Spee, hundido frente a la costa de Montevideo por su propio capitán, cuando era perseguido por naves inglesas.
Los alemanes se reunían en el -ahora, tradicional- restaurante Viejo Munich. Varias décadas más tarde, en la céntrica calle San Martín, una familia mendocina no se decide: quizás prueben el goulash y el lomo de ciervo... O mejor: una trucha con hongos de la zona y ahumados exclusivos. ¿Para beber? Blanca o negra, Alé o roja, de miel o de frambuesa, la cerveza siempre es la mejor compañía.
En Viejo Munich son estrictos: con diseño propio en las maquinarias, la cerveza es elaborada de forma artesanal manteniendo el edicto de pureza dictado por Guillermo IV de Baviera en ¡1516! Esto significa que sólo se usa agua, cebada malteada, levadura y lúpulo.
La ruta 5 -si pueden, hagan un alto en el Museo del Carruaje El Tacú- guarda mil curvas con miradores y puestos de dulces caseros y tejidos desde el Dique Los Molinos y su lago artificial de 2.500 hectáreas de superficie.
Al recorrer 8 km hacia el sur de Villa General Belgrano, se llega a Santa Rosa de Calamuchita. Se trata del poblado más grande del valle, que tiene su origen en la estancia y la capilla construida en 1700 por frailes dominicos. Tirolesa, mountain bike, cabalgatas y los circuitos histórico, rural, religioso y de los artesanos son algunos de sus atractivos. También cercanos y recomendables son el Cerro Champaquí (el más alto de la provincia, con 2.790 m) y el Parque Nacional Quebrada del Condorito.
Calamuchita se presenta inagotable. Como el silencio serrano.
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Fuente Diario Clarin